Callaba. Su mirada decía más que las mismas palabras, el deseo leí en sus ojos. Me acerqué. Rozando mi cuerpo con el suyo, el deseo aceleraba nuestros latidos, nuestros cuerpos se atraían, se necesitaban ya. Gemí. Entreabriendo mis labios, porque el deseo se abría paso ya, por debajo de mi piel. Lo besé. Enredando sus labios con los míos. Me estremecí. Sintiendo que entre sus brazos desfallecía de placer y me sentí tan deseada. Me entregué. Disfrutando el eco de su voz que en susurro me decía: ¡Te deseo, amor mío! Y lloré. Cuando mi cóncavo se regó...de nuestro rocío.