Sor Virtudes

Sor Virtudes… que dicho sea de paso, poco honor le hacía al nombre que ostentaba. Era la monja más inepta que habitaba en todo el convento. Conocida por sus constantes meteduras de pata. No distinguía la sal del azúcar, podréis imaginar lo dulce que salían sus guisos y lo salado de algunos dulces navideños que fueron devueltos al convento, tras alguna que otra indigesta reclamación.

Un fatídico día le encomendaron cuidar del huerto, había unos hermosos tomates, pimientos, cebollas y demás hortalizas que las hermanas cultivaban para abastecerse. El año en que Sor Virtudes se hizo cargo del mismo las hermanas se quedaron sin recolectar, al echar más agua de la necesaria se pudrieron las raíces de toda una cosecha.

Fue también apartada de la limpieza, desde que la madre superiora sufriera un fuerte traumatismo craneal a consecuencia de una caída, producida esta por el exceso de agua vertida en el suelo. No había sido la primera vez que este tipo de incidentes se sucedían. Sor Angustias, se fracturó un tobillo por la misma causa. “Sus charquitos” eran famosos en las urgencias médicas.

La hermana Sor Asunción sentía por ella algo de compasión, pues pensaba que Dios la había puesto en sus caminos para ganarse del todo la gloria, ya que día a día ponía sus paciencias al límite.

Desde hacía tiempo venían esperando una importante visita del obispado. Con motivo de la misma, la madre superiora decidió dar unos días de permiso a Sor Virtudes para que fuera a visitar a su familia, así de paso evitaría algún que otro infortunio ante el obispo.

—Las voy a extrañar mucho hermanas, no he avisado en casa de mi llegada, quiero darle a mamá una sorpresa.

Así fue como Sor Virtudes se despidió para coger el autobús que habría de llevarla a casa de su madre. La pobre mujer viuda desde hacía veinte años y sola, su única hija, decidió entrar en el convento por vocación.

Cuando llegó a su pueblo encontró muchas caras nuevas, extranjeros que habían venido para la vendimia y al parecer se habían quedado a formar parte de aquel hermoso lugar.

Sor Virtudes abrió la puerta de la casa muy despacito para que su mamá no la oyera entrar, seguramente estaría durmiendo la siesta, pero no… alguien parecía intentar forcejear con la anciana mientras esta lanzaba unos desesperados quejidos...

—¡Suéltala desvergonzado! ¡sinvergüenza! ¡auxilio! ¡socorro!... ¡Dios bendito!—pobre madre—.

—¿Pero qué puñetas haces tú aquí hija? ¡qué la monja eres tu… no yo! Te presento a mi novio, se llama Sorin.

—¡Dios mío!... madre, si es un crío.

—De crío nada hija, que sabe muy bien lo que se hace, tiene un hermano que te podía dar un buen repaso, seguro que no volvías al convento. Mírame a mi, ya no uso ni el bastón, "ese me lo mete este" y mira que derecha me tiene.

Sor Virtudes no podía dar crédito a lo que estaba viendo y menos aun oyendo, esa no era su madre… ¡no! Sin duda alguna el demonio la había poseído.

Esa noche no pudo dormir, los gemidos y risas que salían del dormitorio de mamá la mantuvieron desvelada, ¿qué dirían en el pueblo, y a sus años…?

Con tanto ajetreo la madre sufrió un infarto falleciendo en el acto, que cara de gusto se le quedó a la muy puta… pensaba Sor Virtudes mientras la amortajaba. Tuvo que extraerle un pelo de la comisura de los labios, ¡Dios sabría de donde…!

Todo el pueblo fue a darle el último adiós entre indiscretos rumores y alguna que otra sonrisita maliciosa.

Al llegar a casa, Sorin se echó a llorar desconsoladamente abrazándose a ella, quien no podía reaccionar. Poco a poco fue sintiendo como la acorralaba contra la pared, lo que en principio fue un abrazo, se convirtió más tarde en todo un arrebato de pasión, las piernas le flaqueaban, Sor Virtudes cayó al suelo… así fue como perdió la virginidad.

En la actualidad es madre de nueve hijos, el primero fruto de aquella primera vez, por lo que no pudo volver al convento. Ahora en el pueblo es conocida como "Sor Cipote", pues cada uno de sus hijos es fruto de la vendimia…